Salmodia
El canto de los Salmos, especialmente los Salmos de David y por encima de todos los demás, es un deber cristiano antiguo, celestial, espiritual, reconfortante y refrescante para el alma. Esto fue practicado frecuentemente por el pueblo de Dios, tanto bajo el Antiguo como el Nuevo Testamento en la iglesia de Dios por más de dos mil (pueden ser tres mil) años en el culto público a Dios; y en las familias privadas también. Particularmente, en la Pascua los judíos solían cantar seis salmos juntos, comenzando en el Salmo 111 (algunos piensan que el Salmo 112) y así sucesivamente, como piensan los rabinos judíos y otros teólogos eruditos, llamado el Himno Solemne y el Gran Aleluya.
Además, para saber cuán antiguo es el canto de los Salmos, leemos en Éxodo 15:1:
«Entonces cantó Moisés y los hijos de Israel este cántico a Jehová, y dijeron: Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente; ha echado en el mar al caballo y al jinete.»
Sobre su excelencia, encontramos en Salmo 30:1-4:
«Te exaltaré, oh Jehová, porque me has exaltado, y no permitiste que mis enemigos se alegraran de mí. Jehová Dios mío, a ti clamé, y me sanaste. Oh Jehová, hiciste subir mi alma del Seol; me diste vida, para que no descendiese a la sepultura. Cantad a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad.»
También en Salmo 92:1:
«Bueno es alabarte, oh Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo;»
Y en Salmo 147:1:
«Aleluya. Porque es bueno cantar salmos a nuestro Dios; porque suave y hermosa es la alabanza.»
Bajo el Nuevo Testamento, la justificación del canto de los Salmos se encuentra en Efesios 5:18-20:
«No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.»
También en Colosenses 3:16:
«La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales.»
En Santiago 5:13 se nos exhorta:
«¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas.»
Y nuevamente en Salmo 147:1, se resalta la belleza de la alabanza:
«Aleluya. Porque es bueno cantar salmos a nuestro Dios; porque suave y hermosa es la alabanza.»
Así, el canto de los Salmos ha sido una práctica divina desde la antigüedad, reafirmada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, para la gloria de Dios y el consuelo del pueblo de Dios.
Esta costumbre la observó nuestro bendito Salvador después de celebrar la Pascua y la Cena del Señor con sus discípulos, como se menciona en Mateo 26:30:
«Y cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos.»
El canto de los Salmos se usaba incluso en multitudes mixtas, y así lo ordenó el Señor en diversos pasajes de la Escritura:
En Salmo 66:1-4:
«Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra. Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza. Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Por la grandeza de tu poder se someterán a ti tus enemigos. Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; cantarán a tu nombre. Selah.»
En Salmo 68:32:
«Reinos de la tierra, cantad a Dios, cantad al Señor. Selah.»
En Salmo 96:1-2:
«Cantad a Jehová cántico nuevo; cantad a Jehová, toda la tierra. Cantad a Jehová, bendecid su nombre; anunciad de día en día su salvación.»
En Salmo 98:1-5:
«Cantad a Jehová cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra lo ha salvado, y su santo brazo. Jehová ha hecho notoria su salvación; a vista de las naciones ha descubierto su justicia. Se ha acordado de su misericordia y de su verdad para con la casa de Israel; todos los términos de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios. Cantad alegres a Jehová, toda la tierra; levantad la voz, y aplaudid, y cantad salmos. Cantad salmos a Jehová con arpa; con arpa y voz de cántico.»
Sabiendo lo que sé, me sorprende que cualquier cristiano sobrio tenga escrúpulos al respecto y deje de lado esta práctica. No era probable que fuera así hasta que, en los últimos años, el enemigo sembró su cizaña entre el buen trigo, con la esperanza de corrompernos con sus muchos y viles errores, y así dividirnos y destruirnos a nosotros, a la religión protestante y a la verdad misma; lo cual el Dios de la verdad prohíbe y reprende al enemigo.
Tomado de: Teología práctica para todos, por Thomas Mockett
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